Somos seres humanos y por naturaleza nos gusta controlarlo todo; nos llenamos de expectativas continuamente, deseos, e ideas que queremos que sucedan perfectamente como las imaginábamos pero lo que la mayoría de las veces ignoramos es que en esta vida nada se puede planificar y todo sencillamente pasará.
Es por eso que obsesionarnos con las circunstancias que creamos en nuestra mente es peligroso y hay que mantenerse en la impermanencia.
La impermanencia es algo sobre lo que leí hace muchos años en un libro budista en donde explicaban que básicamente, consiste en saber que lo único seguro en esta vida es el cambio y renunciar a ese control que queremos tener sobre todas las cosas que nos suceden a nosotros y a quienes amamos sería resultado de salud mental y liberación de sufrimiento, ya que no nos atribuiríamos responsabilidades que se escurren entre nuestros dedos y aceptaríamos con una mejor actitud esas imperfecciones de “nuestro plan” viendo en nosotros la capacidad de improvisar para no anclarnos en lo que sería un problema sino inmediatamente acudiendo a la solución.
La naturaleza puede ser gran maestra para nosotros, continuamente ella nos lo enseña en la impermanencia con cada estación, con el día y la noche, con el ciclo de la vida en general, con el cambio continuo en el que está para defenderse y defendernos de las adversidades en las que nos encontramos en esta era.
Practiquemos el soltar y el permitirnos vivir las diferentes formas de cada una de nuestras experiencias de forma espontanea.
Hari Om.